¿Qué diferencia hay entre el sexismo hostil y el sexismo benevolente?

¿Qué diferencia hay entre el sexismo hostil y el sexismo benevolente?

Hay varios tipos de sexismo. Algunos, claro y evidente; otros no lo son tanto. Te explicamos las diferencias entre el sexismo hostil y el sexismo benevolente.

La sociedad está llena de prejuicios, valoraciones negativas hacia la mujer, que se dejan notar en el lugar de trabajo o el entorno familiar. El sexismo está presente en la publicidad, los medios de comunicación, el cine, el lenguaje, la política…

Conocido como discriminación sexual, el sexismo es un prejuicio, una discriminación que se hace en razón del sexo. Está basado en pensamientos peyorativos, en estereotipos construidos según los roles de género, en acciones que infravaloran al otro sexo por su condición de género. En la sociedad podemos encontrar varios tipos de sexismo. El más habitual es el sexismo que sufre la mujer y que podemos ver a diario en nuestra casa o en el trabajo por medio de comportamientos o actitudes que denigran y menosprecian a la mujer, pero las personas transexuales y transgénero también sufren de esta discriminación en aspectos tan importantes de su vida como el acceso a un puesto de trabajo, donde su identidad sexual es sometida, muchas veces, a crítica o rechazo.

Hay situaciones en las que el sexismo es claro y evidente, es una discriminación clara basada en prejuicios, pero cada vez es más palpable en la sociedad un sexismo benevolente, una especie de sexismo encubierto que está estructurado en el mismo pensamiento negativo pero de una manera menos directa, que huye del tradicional enfrentamiento sexista para evitar críticas, aunque se basa en los mismos prejuicios. Glick y Fiske lo llamaron sexismo benevolente y convive con otra forma de sexismo: el hostil. Ambas formas de discriminación conforman lo que estos autores han bautizado como sexismo ambivalente.

Sexismo hostil y sexismo benevolente

El sexismo ambivalente aúna las tradicionales formas de discriminación y superioridad sobre la mujer con otras nuevas, con un sexismo moderno y encubierto. Veamos cuáles son las diferencias entre ellos.

El sexismo hostil es el sexismo que todos conocemos, la discriminación hacia la mujer como grupo, simplemente por su condición de género. Allport lo definía en la década de los sesenta como un prejuicio hacia las mujeres en un marco de hostilidad y aversión. Es la forma más clara de sexismo y la que más rechazo levanta en la sociedad precisamente por ello. La consecuencia de este sexismo es, como exponen María Lameiras, Yolanda Rodríguez, M.ª Victoria Carrera y María Calado en el artículo «Del sexismo hostil al sexismo benevolente: la nueva cara del sexismo en las sociedades occidentales», publicado en la revista Estudios de Antropología Biológica, un tratamiento desigual y perjudicial hacia las mujeres, que son colocadas en un grupo inferior y subordinado. Esta discriminación alude al papel tradicional de la mujer en la historia: relegada al cuidado de la casa y el hogar y dependiente, por tanto, del marido, que se sitúa en un puesto superior y ejerce el control sobre ella.

¿Cómo identificarlo? Además de por las claras muestras de discriminación, podemos ver ejemplos del sexismo hostil en frases como las siguientes: «La mayoría de las mujeres interpretan actos o comentarios inocentes como sexistas», «las mujeres exageran sus problemas en el trabajo», etc. O, la más famosa de todas, y que habremos escuchado en alguna ocasión: «Muchas mujeres quieren privilegios solo por ser mujer y lo hacen bajo la excusa de la “igualdad”».

La otra cara del sexismo es el sexismo benevolente, una forma de discriminación más sutil que esconde un trato desigual y denigrante hacia las mujeres por su condición de sexo débil. Se trata de «un tipo de prejuicio hacia las mujeres basada en una visión estereotipada y limitada de la mujer, pero con un tono afectivo positivo y unido a conductas de apoyo», como apuntan Santiago Palacios e Irma Rodríguez en el artículo «Sexismo, hostilidad y benevolencia. Género y creencias asociadas a la violencia de pareja», publicado en XVII Congreso de Estudios Vascos: Gizarte aurrerapen iraunkorrerako berrikuntza = Innovación para el progreso social sostenible. El sexismo benevolente considera a la mujer frágil, por lo que requiere protección por parte del hombre. Está basado, por tanto, en el paternalismo protector, por cuanto el hombre asume el papel de cuidador de la mujer; que alaba a la mujer como complemento del hombre, a la mujer femenina, generosa, pura…

¿Cómo identificarlo? Con las acciones paternalistas de algunos hombres a la hora de tratarnos o de explicarnos algo, y con frases como las siguientes: «No importa lo exitoso que sea, un hombre nunca estará completo sin el amor de una mujer», «las mujeres deben ser cuidadas y protegidas por los hombres», «la mujer debería estar en un pedestal», o, la mejor de todas, «los hombres deberían estar dispuestos a sacrificar su propio bienestar para ofrecer una estabilidad económica a sus mujeres».

Estos son unos ejemplos de los dos tipos de sexismo:

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¿Qué podemos hacer para no ser sexistas?

Valorar a la mujer, tratarla como un igual, colocarla en la misma posición que el hombre son aspectos que ayudan a luchar contra el comportamiento sexista. Pero el sexismo debe erradicarse desde la educación en las aulas, desde el hogar, con actitudes que eviten el papel de la mujer como persona dependiente del padre, relegada a un papel inferior en la casa, el trabajo y la sociedad. Compartir las tareas y la educación de los hijos y respetar el papel de la mujer en su ámbito personal y profesional pueden ser dos puntos de partida a tener en cuenta.

Además, hay que lidiar contra el sexismo en el trabajo, con comportamientos ejemplares por parte de la Administración, políticas que igualen derechos, obligaciones, sueldos, puestos de trabajo… y que se reflejen en las empresas privadas.

Por último, también el lenguaje debe evitar el sexismo y apostar por un lenguaje inclusivo, debe visibilizar el papel de la mujer a la hora de emplear adjetivos, frases, nombres, títulos, etc.

En definitiva, equiparar derechos, sueldos, acciones, comportamientos, actitudes en el hogar y la familia, en los puestos de trabajo… y visibilizar a la mujer en todos los ámbitos de la sociedad es un requisito imprescindible para evitar no ser sexista.

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