Comunicación y adolescencia
Los problemas de disciplina con los hijos, las tan temidas pataletas, las negociaciones eternas en las que no se respetan los acuerdos alcanzados, la transgresión de las normas, las discusiones sin fin y otros problemas de convivencia cuando en la familia hay niños pequeños, se agravan o se perciben como más intensas cuando los hijos llegan a la adolescencia.
Y tiene todo el sentido, hay varios motivos que cooperan en que esto sea así. Entre otras, la etapa psicoevolutiva de la que hablamos, con sus características propias: los cambios corporales, fisiológicos que acontecen abruptamente, la gran diferencia en las necesidades afectivas y sociales que golpea como una bofetada a padres y madres desprevenidos; esa explosión de inteligencia, el drástico desarrollo de las capacidades del adolescente de pensar, de establecer hipótesis, de realizar operaciones que antes no formaban parte de su registro y que están aún por refinar.
Digamos que el adolescente no ha tenido oportunidad de ensayar todo esto lo suficiente como para que sus capacidades se desplieguen con toda la perfección que mostrarán más adelante si se les permite hacer este entrenamiento en las condiciones óptimas. Y muchas de estas condiciones las asegura una adecuada comunicación.
Tengo una buena noticia y una regular. La buena es que la comunicación puede mejorarse, puede entrenarse y perfeccionarse como la inteligencia de un adolescente en medio de este gran despliegue de capacidades bellísimas. La regular es que conviene haber empezado a entrenar mucho antes de que los hijos lleguen a la edad más temida. Aún así, no está todo perdido.
Claves para comunicarte mejor con los adolescentes
Si una de tus preocupaciones como madre o como padre es la de asegurar la mejor convivencia con tus hijos adolescentes, hay algunas premisas que puedes tomar en consideración:
1. Infórmate sobre las características propias del pensamiento adolescente, para comprenderlo mejor.Muchos padres se asustan cuando ven a sus hijos adolescentes replegarse en su propia intimidad con un celo más propio de espía que de familiar querido. Esto causa un enorme sufrimiento en los padres porque se vive como algo personal, como si los hijos se hubieran posicionado de pronto “en contra” de quienes tanto se desvelan por ellos.
En realidad, el adolescente está deslumbrado por el reciente descubrimiento de su propia capacidad de pensar, está maravillado de sí mismo, disfruta admirándose ejecutar piruetas intelectuales y piensa que son tan sofisticadas que nadie puede comprender la profundidad de sus razonamientos. Antes admiraban la inteligencia de sus mayores, porque llegaba a donde no alcanzaba la suya propia. Ahora trascienden sus propios límites y están alucinando.
No les chafes la ilusión, permíteles que expongan libremente sus argumentaciones aunque adolezcan de cotas indescriptibles de irrealidad, aunque todo te parezca absurdo. Recuerda que tienen un aparato mental que aún no dominan, pero para aprender a conducir hay que sacar el coche del garaje. Toma cualquier parte que tenga validez, y parte del reconocimiento para contraargumentar. No desvalorices, no avergüences, no ridiculices ninguna parte del discurso. El ejemplo es tu mejor baza: si quieres respeto, comienza por ofrecerlo de forma incondicional.
2. Asume las discrepancias, y úsalas como oportunidades para enseñar autocontrol.
Los padres también sufren cuando los cuestionan, cuando les discuten. Lo viven como falta de reconocimiento, como desautorización, y en este caso el sufrimiento toma la forma del enfado. Los padres se irritan cuando les llevan la contraria. Felicítate si has educado un hijo que te cuestiona, no temas por ello. Date cuenta de que puede ser el resultado de haber criado un hijo adolescente con pensamiento crítico. No hablo del desafío de las normas, hablo del debate acerca de las normas, del cuestionamiento argumentado, del desafío del razonamiento.
Usa estos momentos deliberadamente como oportunidades de ayudarle a perfeccionar su aparato razonador. Usa tu propia contención y sosiego al discrepar como forma de enseñarle a autorregularse en sus propias emociones de frustración y de enojo cuando las conversaciones no discurren como ellos desean.
3. La confianza no se puede exigir, solo se puede conquistar.
Pero si hay algo que hace sufrir a los padres es que los hijos adolescentes pasen de contarles hasta el número exacto de chicles que hay pegados debajo del pupitre a quedarse como mudos cuando vuelven del colegio y corren a esconderse en su habitación para seguir hablando con sus amigos como si no existiera nadie más en todo el universo.
Recuerda que esto no es del todo cierto, solo es una apariencia transitoria. Decía un gran psicoterapeuta que la adolescencia es ese momento de la vida en que “ya no, pero todavía no”. Te sigue queriendo, te sigue necesitando, sigues siendo su referencia más fiable en los asuntos importantes. Asume que no lo eres en cuestión de tecnologías nuevas, música, lecturas, moda… No pasa nada, así debe ser.
Quieres un hijo independiente, no una prolongación de tu brazo o de tu mente. Pero si te preocupa desconectarte demasiado de la vida de tu hijo fuera de la familia, prueba a contar cosas de tu vida más que a preguntar. Cuenta qué tal te ha ido hoy en el trabajo; si te has enfadado con un amigo, cuenta por qué te has sentido dolido, qué has hecho o qué vas a hacer; si no sabes qué decisión tomar con respecto a algo que piensas que puede ser comprendido por tu hijo, hazle partícipe de tus dudas…
Es la mejor manera de mostrar apertura y receptividad. Seguro que cosechas más éxitos que con el interrogatorio ansioso al volver del colegio que les hace correr despavoridos a su cuarto.
Próximamente, trucos concretos de comunicación para situaciones de emergencia. De momento, espero que estas reflexiones generales puedan ayudar a replantearte algunas cuestiones acerca de la comunicación en tu familia.