¿Por qué no nos gusta la fruta fea?

¿Por qué no nos gusta la fruta fea?

¿Es el cerebro el culpable de que solo consumamos piezas de fruta estéticamente correctas? ¿Cuál es la importancia que le da este órgano a la apariencia de los alimentos?

1300 millones de toneladas de alimentos van a acabar a la basura cada año, una cantidad nada desdeñable si tenemos en cuenta la escasez de comida que sufren algunas regiones de nuestro planeta.

Este consumo irresponsable también afecta a la producción agrícola. De hecho, entre un 30 % y un 40 % de lo que se recoge del campo acaba desperdiciado antes de llegar a los comercios debido a que su apariencia no resulta atractiva y no cumple unos criterios estéticos establecidos;ello a pesar de que su calidad sea igual o mayor a la de otras piezas “más bonitas”.

Desde hace algún tiempo la propia Comisión Europea y distintos colectivos están promoviendo iniciativas para fomentar el consumo de frutas y verduras que estéticamente no son correctas. Algunos ejemplos de estas iniciativas son abaratar los productos de apariencia menos apetecible, como la que ha llevado a cabo la multinacional inglesa Tesco, o crear atractivas campañas publicitarias, como la de la cooperativa portuguesa Frutafeia con su eslogan «La gente guapa come fruta fea».

Lejos de lo que pueda considerarse, la apariencia de la fruta nada tiene que ver con su calidad. Son otros factores los que condicionan la estética de una pieza de verdura o fruta, factores como una polinización incorrecta, las incidencias meteorológicas y las plagas que pueden afectar a los cultivos.

Pero ¿por qué no nos gusta la fruta fea? ¿Qué papel juega el cerebro en esta elección?

Según los expertos, el hecho de que nos atraigan solo alimentos bonitos y bien presentados se debe a un prejuicio cognitivo, el mismo que hace que confiemos más en personas guapas y con buena aparencia. La comida, como las personas, entra por los ojos. De ahí que la impresión que nos den los alimentos y la apariencia que tengan será lo primero que tengamos en cuenta para elegirlos, a pesar de que el interior sea el mismo.

Precisamente, un estudio realizado por la profesora de Psicología Debra Zellner, de la Universidad Estatal de Montclair, ha confirmado esto: el modo en el que se presentan los alimentos cuando vamos a consumirlos influye de manera significativa en nuestra elección.

La culpa de ello la tiene la corteza insular anterior de nuestro cerebro, que es la que define qué es bonito, y por tanto qué es lo que nos gusta, y qué es feo. Según los especialistas, el gusto, lo que nos entra por los ojos y, consecuentemente, nos apetece, está relacionado con la valoración que hace nuestro cerebro sobre determinados objetos, en este caso los alimentos. Cuando hablamos del valor no nos referimos a cuestiones económicas sino al examen que realiza este órgano sobre una pieza de fruta o verdura para determinar si es bonita y buena o fea y mala.

Por supuesto, los sentidos juegan una parte fundamental en este proceso: el tacto, el gusto, la vista y el olfato nos ayudan a determinar aquellos alimentos apetecibles de los que no nos agradan.

El consumo responsable de los alimentos obliga a repensarnos las causas por las que consumimos alimentos cuya apariencia nos gusta más, despreciando la fruta y verdura fea. Conociendo la importancia que tiene el cerebro, es fundamental que demostremos que una pieza de fruta estéticamente fea puede ser igual de sabrosa que otra bonita. Por eso es interesante que modifiquemos la percepción que tenemos de los alimentos y que seamos realistas sobre la apariencia real que tienen muchos de los productos que consumimos. De este modo, reeducando a nuestro cerebro conseguiremos alterar el valor que este le otorgue a los alimentos.

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